Beneficios Secundarios: El peligroso componente adictivo de ser víctima

Mónica De Salazar
9 min readJun 6, 2020

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De manera prolongada todas las personas hemos estado expuestas a frases como “toma las riendas de tu vida”, “hazte responsable de tu vida”, o “tu vida, tus reglas”, pero sigue quedando en duda si tenemos una verdadera comprensión sobre esas frases.

Tal vez es que sencillamente no nos da la gana de hacernos responsables de manera deliberada, aunque no estemos enteramente conscientes de ello. Es decir, creemos que nos hacemos responsables de nuestra vida porque pagamos nuestras cuentas, porque todos los días comemos, porque tenemos vínculos personales, y básicamente porque hemos logrado vivir (a secas) durante los años que hemos vivido. En ese sentido, sí, nos hemos autofacilitado seguir con vida. ¿Pero genuinamente nos hemos hecho totalmente responsables de nuestra persona?

Podríamos reducir a una explicación sencilla lo que significa ser víctima: la persona está en un estado neutro (no digamos que demasiado bienestar o malestar) y un agente externo a su persona le genera un daño.

Vamos a descomponer lo anterior en partes:

  1. La persona está en un estado neutro: Esto implica que tiene cierto balance.
  2. Un agente externo a su persona: O sea que no es parte de su sistema de vida, con lo que posiblemente lo sucedido fue inesperado
  3. Le genera un daño: Le provoca (acción deliberada) sufrimiento, dolor, perjuicio, mal o desgracia.

Está claro que todas las personas podemos llegar a ser víctimas en diversas situaciones, por ejemplo: robo, abuso sexual, abuso psicológico, fraude, invasión de un inmueble, accidentes, desastres naturales y muchas otras situaciones donde no tuvimos herramientas o mecanismos para evitarlas ya sea porque están fuera de nuestra percepción o porque se trata de fuerzas que pueden ser mucho más grandes de cualquier ser humano. Pero también es verdad que hay muchas otras situaciones en las que sí podríamos tener participación y al menos un cierto grado de poder de decisión.

Cabe señalar que ser víctima es un estado transitorio y usualmente radica en determinado escenario de nuestra vida. Si bien algunas personas deciden victimizarse en términos globales, es preocupante hacer una declaración del tipo (retomando la definición de víctima más arriba): Todo lo que está fuera de mi ser (personas, animales, alimentos…) busca hacerme daño.

¿Cómo suena eso? ¿O cómo suena… “La vida está en contra de mí”?

Vamos a poner en evidencia una afirmación como esa entonces.

¿Qué es la vida? Se trata de una cualidad esencial de los seres vivos (valga la redundancia) que les permite evolucionar, desarrollarse y trascender aunque eso en lo más básico y menos sofisticado signifique que al morir alimentarán a a otros seres vivos que tendrán la misma cualidad esencial llamada vida. Si la vida tiene como principios básicos evolucionar, que tiene relación con adaptarse, desarrollarse y trascender, ¿cómo podría estar la vida en contra de la propia vida?

Regresando de esta breve desviación filosófica, el punto es que es dudosa la solidez del argumento en que alguien expresa que todo está en su contra porque eso convertiría a dicha persona en una especie de mártir… y ese es justamente el objetivo de las personas que se victimizan consistentemente y que se dedican a quejarse dolorosamente sobre todo lo que “les pasa”.

Una acotación sobre eso que a las personas “les pasa” implica, como se explicó previamente, que hubo un estado de indefensión por ignorancia del peligro o por escala de fuerza frente al peligro. Entonces alguien que se presenta permanente y deliberadamente como una víctima está entre líneas expresando “no tengo herramientas para sobrellevar los retos de la vida” o “soy una persona demasiado pequeña para enfrentar la vida”. Y eso tampoco suena demasiado bien, ¿o sí?

Es justo en este punto donde aparecen los beneficios secundarios. Muchos de nosotros nos hemos encontrado con algún animalito desvalido; un pajarillo con un ala rota, un gatito abandonado, un perrito perdido o cualquier otro. En muchos casos instintivamente queremos ayudar al ser en cuestión porque no nos gustaría ver que se muera si pudimos hacer algo al respecto.

Algo muy parecido sucede con las personas que son víctimas: no nos sentimos cómodos son ver cómo sufre alguien y menos si se trata de alguien que nos importa. Por supuesto hay infinitos casos donde la gente pasa de largo y ni se inmuta por la necesidad de un animalito en desgracia o de alguna víctima pero eso es otro asunto.

Vamos a ver un par de ejemplos para aterrizar todo lo anterior, y que son de la vida cotidiana.

Ejemplo 1: Odio mi trabajo.

Alguien está odiando su trabajo. La persona está harta, enferma y cansada de su trabajo porque no le satisface, no gana lo que quisiera ganar, el ambiente no le gusta, no encuentra motivación y muchas otras cosas. Ese trabajo es sencillamente horrible.

Bueno, en realidad esa persona tiene al menos tres opciones:

  • Ser miserable indefinidamente.
  • Buscar otro trabajo.
  • Mejora su experiencia dentro de ese mismo trabajo si es que genuinamente no existe otra opción.

En el supuesto de que busque otro trabajo o haga un negocio por su cuenta tendría que enfrentar posibles fracasos en entrevistas, podría tener que pasar por un periodo de adaptación a un nuevo trabajo, podría tener que hacer nuevas amistades y no le encanta tener que hablarle a personas nuevas, podría tener que buscar clientes, o en general podría tener que confrontar el hecho de salir de su zona de confort de lo conocido aunque sea horrible.

También podría buscar mejorar su experiencia dentro del trabajo horrible en cuestión, pero eso implicaría la posibilidad de tener que hablarle a personas con las que se han generado conflictos y para ello tener que solucionar conflictos añejos, podría tener que solicitarle mejores condiciones a su jefe o poner límites más claros que podrían ser conversaciones incómodas, podría tener que buscarle las cosas positivas y dejar de prestar atención a lo negativo pero entonces ya sería raro quejarse y sonar como una persona del Club de los Optimistas… o podría llegar a decir que en el fondo no está tan mal y entonces ya no habría justificación para una serie de actitudes de resentimiento por tanto sufrimiento laboral.

No perdamos de vista que frecuentemente las sensaciones de resentimiento justifican actitudes que de no existir resentimiento podrían lucir como fuera de lugar. Por ejemplo: Se vale que llegue tarde porque nunca me voy a mi hora, se vale que tenga mala actitud con mis compañeros porque mi jefe no me trata como me gustaría, se vale que me tarde más en mi hora de trabajo porque es mi único momento de relajación y me lo merezco.

Así que sí, en algunos casos la opción más atractiva es ser miserables indefinidamente.

Ah, y no olvidemos que esa miseria a ojos de nuestro grupo social puede habilitar conductas como: Gastar innecesariamente porque “después de tanta miseria, mínimo un gustito”, descuidar relaciones interpersonales porque “es que con tanto agobio es imposible estar de buenas”,

Ejemplo 2: Es que no tengo el recurso (tiempo o dinero) para llegar a lo que quiero.

Una persona se la pasa deseando o soñando con alcanzar algo pero constantemente habla de cómo no es posible porque no tiene el recurso necesario, que usualmente es tiempo o dinero. Puede tratarse realmente de otra cosa como planeación, alguna habilidad, claridad, disciplina o lo que sea, pero lo común es reportar falta de tiempo o dinero.

En este caso la persona es una víctima que expresa sufrimiento, que se percibe no merecedora, que la vida ha sido dura, que nadie le ha ayudado y un sinfín de otras cosas similares. Aquí nuestra víctima tiene las siguientes opciones:

  • Vivir en el supuesto no merecimiento y ser víctima de la vida.
  • Hacer un plan de acción para alcanzar el sueño en cuestión.
  • Soltar el sueño en cuestión o redimensionarlo a su principio de realidad, o sea, hacer su meta del tamaño de lo que sí se puede.

Hacer un plan de acción para alcanzar el sueño en cuestión implicaría en términos globales claridad sobre el sueño y convertirlo en un objetivo bien definido con fecha, tamaño y pasos medibles que indiquen si se va a llegar o no al sueño en la fecha pensada. Es un concepto básico de planeación en general.

El problema es que tener un plan y apegarse al mismo es mucho menos divertido que ser víctima porque implica en primer lugar compromiso con el objetivo en cuestión y eso a su vez significa tener disciplina con el tiempo, con el dinero, con evitar al máximo fugas innecesarias, ser consistente, ser constante y sobre todo hacerse responsable de que si el objetivo no se consigue es que no se siguió el plan en cuestión (y eso sí que no le gusta a la mayoría). Ya lo vemos en las dietas o el ejercicio, se logra si la persona se apega al plan pero si se da vacaciones del plan, pues no se logra y punto.

Luego está la opción de soltar el sueño o redimensionarlo al principio de realidad existente. En este caso la persona habría de expresar (aunque sea a solas y en silencio para que nadie lo escucha) una idea del tipo: Me doy por vencido/a, voy a soltar ese sueño y me voy a conformar con lo que hay. Yo me hago responsable de que ese sueño no se logre porque no es posible para mí. No cuento con el tiempo o el dinero para hacerlo, y no va a pasar. Adiós sueño.

Pero seguramente eso tampoco es algo que la mayoría quiera aceptar, y mucho menos expresar ni siquiera en silencio. Entonces es menos traumático vivir en el sueño y en el anhelo, donde con más frecuencia de la que sería conveniente también se lanzan mensajes con connotación de “alguien ayúdeme a sobrellevar los retos de mi vida y chance de esa manera pueda lograr mi sueño y ser feliz”. Un poco como nos pasa con los animalitos en desgracia, tampoco nos gusta ver que a un niño se le caiga su helado recién servido y es común que pensemos en comprarle otro porque ese era su sueño de domingo.

Tanto en el ejemplo del trabajo horrible como en el caso de falta de recursos para alcanzar el sueño, hay una conducta de no tomar responsabilidad sobre la elección en cuestión pero sí se da un comportamiento de victimización que va más allá de lo temporal, convirtiéndose en una constante. Si ser víctima de situaciones que podemos cambiar (aunque no sea cómodo o particularmente fácil) se convierte en un estilo de vida puede tener mucho que ver con los beneficios secundarios, que son todas esas ayudas, justificaciones o dependencias externas que normalizamos en lugar de confrontar las incomodidades y entonces sí, encaminarnos hacia el bienestar que es posible tener.

Adicionalmente, aunque en determinados periodos ser víctimas pueda ganarnos la escucha, atención, compasión o ayuda de algunas personas, a la larga es posible que varias personas se cansen de la negatividad o de la percepción de vincularse con alguien que les desanima, y opten por alejarse. En suma, ser víctima no es sostenible y no permite tener vínculos sostenibles y mucho menos tener vínculos regenerativos.

¿Cómo podemos saber si no nos estamos haciendo responsables de nuestras personas? Hay indicadores que nos ayudan a identificar cuando estamos en una postura de queja o de victimismo y es normal que pasemos con cierta frecuencia por algunas de esas cosas cuando algo no nos agrada. El reto es identificarlas, buscar comprender qué es lo que nos hace sentir así y tratar de idear una vía para superar la situación en cuestión de manera que lo sucedido no se convierta en un lastre.

Es verdad que suceden cosas poco agradables en nuestras vidas pero está en nuestro poder convertirlas en experiencias desde las que podemos aprender y construir cosas nuevas. Ser víctima debería ser un estado temporal, no definir quienes somos ni definir nuestros vínculos. ¿O te gusta que las personas te perciban como esa pobre persona a la que le pasa todo, o esa pobre persona a que lo hay que ayudarle porque no puede hacerlo por su cuenta?

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Mónica De Salazar
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Written by Mónica De Salazar

Green MBA + #CreativeProblemSolving Consultant. Focused on Business Strategy for Digital, Social and Environmental transformation. Founder of @LifeStrategics.

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