¿Cómo podemos prepararnos para un futuro que aún no conocemos?
Lo que hacemos en el momento presente es lo que pavimenta el camino de nuestro futuro. Sean buenas o malas decisiones; sean nuevos aprendizajes o desarrollar lo que ya sabemos; al hacer nuevos proyectos o cuando dejamos ir lo que ya ha caducado… todo el tiempo estamos formando el camino de nuestro futuro.
Es común que no nos estemos dando cuenta en tiempo real de la manera en que estamos tejiendo el tamiz que más adelante sostendrá nuestro presente-futuro. Es solo al mirar atrás que notamos cómo nuestras acciones y actitudes siempre en presente, de manera consistente y sostenida a la larga son las que nos llevan a los destinos desde los que volvemos la mirada.
En términos globales podríamos decir que toda la gente quiere ser feliz. La felicidad toma toda clase de representaciones como pueden ser el éxito económico, el reconocimiento público, tener un negocio que funcione adecuadamente, poder ayudar a otros, ver avances en la igualdad social, o simplemente tener paz mental y salud para disfrutar la vida. Imaginamos estas visiones personales de la felicidad y constantemente lo que se planta como una barrera entre nosotros y ese deseo de futuro feliz es justamente la permanente incertidumbre que trae lo que aún no ha sucedido.
Es aquí donde nos podemos detener a reflexionar: ¿Cómo podríamos tener más certeza ante un escenario que no conocemos? ¿De qué manera podemos tener las herramientas adecuadas para retos que tal vez ni siquiera se han configurado? ¿Cómo podemos estar listos para retos complejos cuyos factores tal vez ni siquiera existen actualmente?
Detenernos a pensar en esto puede generar una sensación de vulnerabilidad e incluso impotencia dado que parece imposible idear una estrategia para retos y predicamentos desconocidos, y ni qué decir sobre la selección y adquisición de recursos que pueden resultar costosos en tiempo, dinero o energía, y que posiblemente no resuelvan esos retos desconocidos. Una respuesta con una perspectiva divergente es pensar más allá de los posibles retos desconocidos y fijar la mirada en los potenciales.
Hablamos de retos y no de problemas. Al hablar de retos tomamos una perspectiva de situaciones que son oportunidades para el desarrollo y crecimiento, que se hacen accesibles en la medida en que vayamos mitigando las limitaciones que pueden aparecer en el camino. Esto significa que al encontrarnos y enfrentarnos con retos intrínsecamente estamos identificando, desarrollando y fortaleciendo nuestras capacidades. En contraste, cuando se habla de problemas usualmente se relacionan perspectivas de limitación, duda, incapacidad y falta de opciones.
Debemos tener siempre presente que el cambio es permanente, y nos convendrá entrenar nuestra mirada para poder identificar las oportunidades que el cambio invariablemente trae consigo. Para muchos el cambio significa peligro al representar una posible amenaza para el funcionamiento establecido olvidando que lo único que nunca cambia es que todo cambia. ¿No es entonces poco realista creer que lo que hoy nos funciona va a funcionar siempre sin importar si las condiciones y variables se modifican?
La ambigüedad e incertidumbre han sido históricamente situaciones indeseables por el riesgo que pueden implicar, sin embargo podemos tener una relación más positiva en torno a la ambigüedad si comprendemos la manera en que continuadamente nos prepara para ser más adaptables.
Al sentirnos más cómodos con manejar la ambigüedad accedemos al desarrollo de importantes habilidades que nos preparan para enfrentar futuros inciertos e incluso inesperados en la medida en que desarrollamos y fortalecemos actitudes como:
Aceptar y adoptar el manejo de riesgos: Tomar riesgos graduales pero de manera consistente reduce nuestra resistencia al cambio, hace que tengamos menos temores relacionados con la toma de decisiones, nos ayuda a construir nuestros propios criterios de decisión / selección, y fortalece nuestra habilidad de imaginar y proyectar potenciales (positivos y negativos), haciéndonos más objetivos.
Algunas personas consideran que ser optimistas no es ser realistas. La objetividad provee de balance racional para mediar las perspectivas optimistas y pesimistas. A través de la objetividad balanceada es posible visualizar los escenarios donde todos los factores podrían conjugarse de manera favorable o desfavorable y con ello identificar cuáles pueden ser los puntos de inflexión, que son justamente en los que habría que trabajar.
Aprendizaje y fortalecimiento a partir de los errores: El sistema social que actualmente prevalece promueve la inexistencia de errores y premia los aciertos. El problema con ello es que muchas veces las personas evitar tomar riesgos por temor a cometer un error sin comprender que los errores son importantes herramientas para adquisición de aprendizaje vivencial, comprensión del impacto de los criterios de selección, fortalecimiento del compromiso y responsabilidad, así como desarrollo de la resiliencia emocional.
La adopción de prácticas para la familiarización con la ambigüedad e incertidumbre ayuda a que las personas progresivamente estén más cómodas con tener errores controlados como un proceso de aprendizaje. Para ello es útil trabajar en la resolución de situaciones hipotéticas o al ingresar variables a situaciones actuales para hacerlas más complejas.
Autoconstrucción de la autoconfianza: En virtud de que el sistema social actual conlleva una persistente dinámica de calificación, evaluación y juicio en función de los aciertos, frecuentemente las personas se encuentran valoradas al acertar o fallar de acuerdo a las reglas que el sistema impone. En repetidos casos las reglas y escalas de calificación no integran una variedad suficiente de matices para aportar una retroalimentación que ayude a las personas a comprender qué es aquello en lo que pueden mejorar (para que tomen nuevos riesgos y aprendan de ellos), al mismo tiempo que carecen de una visión sistémica que superficialice habilidades y mecanismos útiles y que se pueden desarrollar para convertirlos en fortalezas.
Entre las principales razones por las que toda clase de emprendimientos (negocios, personales, aventuras…) fracasan es la falta de autoconfianza aunada a la falta de habilidades que nivelen posibles carencias técnicas o de conocimiento especializado. La falta de autoconfianza con frecuencia alimenta el apego a lo conocido. Con esto las personas tienden a aferrarse a modelos mentales que no tienen la capacidad resolutiva que nuevos retos requieren.
La adaptabilidad e innovación requieren de autoconfianza que se gana con la práctica consistente que promueve el desarrollo de las habilidades del Siglo XXI (Puccio, Mance & Murdock, 2010) y que aparecen en el Reporte del Futuro de los Trabajos del World Economic Forum.
De acuerdo con Richard Foster de la Escuela de Administración de Yale, empresas que antes pudieron mantenerse por casi 70 años hoy tienen ciclos de vida de 15 años. Esto significaría que 75% de las empresas más grandes del mundo podrían haber desaparecido para 2030, y que el 25% restante estará conformado por organizaciones que hayan logrado dejar atrás sus apegos para renovarse y adaptarse al cambio, así como de organizaciones que hayan surgido como consecuencia del desarrollo de habilidades productivas que estén en sintonía con nuevas necesidades en los mercados.
De acuerdo con McLeod & Fisch (2007), 65% de los niños (7 a 10 años de edad) que hoy están ingresando a la educación básica van a trabajar en trabajos y posiciones que aún no existen. En un plazo menor a 20 años podrían ser relevantes solo 35% de las posiciones que actualmente existen, ¿cómo podríamos asegurar que van a lograr adaptarse a mercados laborales que ni siquiera podemos imaginar si no es desarrollando sus habilidades para que ellos/as puedan combinarlas creativamente y con ello resolver los retos del futuro?
La clave hacia el futuro está en tener más habilidades resolutivas que ayuden a la Gestión del Cambio para transformar el miedo al cambio en oportunidades y potenciales.