Creí que mi ex había muerto, reapareció y solo jodió su recuerdo: así será “volver a la normalidad”

Mónica De Salazar
7 min readMay 24, 2020

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Tuve una relación de película donde todo era intensidad absoluta: el romance intenso, los dramas intensos y su final ni qué decir. Alexis me hizo creer por años que tenía una enfermedad autoinmune calibre cáncer, donde hubo quimioterapia, episodios cercanos a la muerte y muchas cosas más.

Para mí, que había crecido en un entorno donde lo más grave que pasaba era que alguien se divorciara, no había lugar para siquiera dudar de su enfermedad y de que toda aquella calamidad era real. Eso además de llevarme a una vida desesperada, llena de malviaje y consumismo desmedido con el que buscaba olvidarme a punta de gastar de lo miserable que era mi vida porque mi entonces gran amor estaba cada día más cerca de la muerte. Sé que esta historia y toda la maraña de incongruencias tal vez te haya enganchado pero esa se cuenta con mezcales, no por acá.

Eventualmente llegó el día del final, porque ni todo lo bueno ni todo lo malo dura por siempre y aunque ese cuento era agridulce, lo dulce era empalagoso y lo agrio te hacía retorcer. Se acabó y Alexis dijo entre líneas que su último tratamiento había ido mal y no tenía otra oportunidad, con lo que era cuestión de tiempo que muriera. Pocas semanas después desapareció completamente del mapa de la vida, sin referencias a quien preguntar, ni nada. Nada.

Superar esa relación tan extrema y tóxica no fue tarea fácil y en resumen me tomó varios años de: tanatología, logoterapia, psicoanálisis, meditación, constelaciones, retiros, viajes, aislamiento, escribir, cambios de hábitos, Ayahuasca y decenas de libros, entre otras cosas.

Sí, todo el combo me hizo madurar, crecer y hasta expandirme… pero igualmente fue una mierda que no le deseo a nadie. Mierda total.

Y porqué no… Un día siete años después y de todo mi proceso de duelo de años, Alexis reapareció y en pocos días básicamente la actitud fue de equis, no pasó nada y viva el amor.

Ahorraré todo lo no esencial y solo mencionaré que esa extraña y familiar normalidad de convivir con alguien que conoces y que te conoce en cosas muy tuyas, se convierte en algo agradable y raro. Por una parte da gusto vivir en vivo (valga la sobreredundancia) cosas que parecía que ya solo serían por siempre recuerdos como los aromas, ademanes, tono de voz y todo lo conocido, pero al mismo tiempo… entre haber superado ese duelo y todo lo que eso implicaba, entre el tiempo, los retos personales que había enfrentado, la reconstrucción y todo lo demás, yo ya no era la persona de siete años atrás.

Luego pasaron una serie de cosas más que por supuesto hicieron la situación insostenible, lo que lleva a la conclusión de todo esto: Los recuerdos son mejores en nuestra mente y desenterrar muertos no quita que hayan dejado de latir sus corazones… en todo el sentido que eso pueda tener.

¿Y a qué viene esta historia con “volver a la normalidad” post-COVID?

Cuando alguien muere, sin importar lo que haya hecho tendemos a santificarlas automáticamente y pocas son las veces en que decimos “qué bueno que se murió” o cosas por el estilo. Es mucho más común común en todo caso escuchar cosas como “pues no fue una buena persona, ojalá hubiera tomado un mejor rumbo de vida” cuando alguien fue que no fue necesariamente nueva versión de una buena persona.

Nuestra sociedad y estilo de vida a lo largo de varios años se ha parecido más a un proceso degenerativo como ese ficticio que viví, donde habían muchos días malos, momentos de supuesta esperanza, momentos de tratar de olvidar que todo era un desastre, excesos de todo tipo para hacer a un lado el estrés y agobio de todo el devenir de los días, meses y años.

¿No es verdad nuestra sociedad y estilo de vida son parte de un sistema que está sobremanera dañado?

Por una parte en términos generales (ya sé qué tal vez tú en particular no lo haces y tienes otra consciencia) vivimos en un modelito donde la felicidad radica en consumir emociones fuertes los fines de semana para reducir el agobio o la monotonía de la semana laboral, gastar en cosas que no hacen realmente falta para justificar las palizas que nos metemos en el día a día o para mostrárselas a otras personas… y demás. En suma: consumir… lo que sea pero consumir.

Honestamente, estando en confinamiento podemos consumir prácticamente todos los mismos productos y en más de un caso podrían reemplazarse las emociones fuertes con otras emociones estando en casa, aunque definitivamente no es lo mismo por toda la experiencia, la gente, los espacios y todo lo que se pueda contar.

¿Entonces qué es lo que realmente echamos en falta? No necesariamente es comprar, sino justamente esa experiencia, a la gente, los espacios y demás. Añoramos la experiencia vivencial de las risas, caminar libremente por las calles sin usar una mascarilla, queremos podernos sentar a comer lo que nos gusta con las personas que echamos de menos, queremos volver a ir a nadar, bailar, ver más personas y abrazarlas si queremos (que no todos queremos), pasear, planear nuestras próximas vacaciones y básicamente añoramos lo que se siente bien en nuestros días, sentirnos libres de poder disfrutar, aunque en más de una ocasión optemos por amargarnos la vida.

Queremos tener la opción de hacer lo que nos plazca y tiene sentido que el confinamiento nos genere una sensación de resentimiento abstracto, si nacemos como humanos con la promesa universal que tiene como precepto que todas las personas nacemos libres, ¿entonces como por qué !$#@% ahora no podemos serlo o por qué debemos acotarnos a reglas y medidas que no nos gustan?

¿Pero sabes algo? Sí, la libertad de hacer todas esas cosas que echamos de menos y otras tantas más es muy importante, pero tal vez estás editando tu percepción de esa normalidad a la que más de una persona quiere volver.

Extrañas juntarte con tus amistades pero tal vez ya olvidaste el lío que es ponerse de acuerdo o el tipo de conversaciones en las que se enfrascan a veces.

Quisieras dejar de trabajar en casa y ver a tus compañeros de trabajo con quienes descargas agobios y sales a comer, pero olvidas las horas de tráfico o las actitudes de otros colaboradores.

Ya quieres poder salir a caminar libremente pero tal vez estás olvidando cosas como la inseguridad.

Hay decenas o cientos de situaciones así… ¿y esto significa que entonces hay que quedarnos por siempre en confinamiento? Definitivamente no. Esto significa que busquemos ser personas objetivas con lo bueno y lo malo de esa normalidad a la que queremos volver para que al volver no nos desencante y entonces nos dediquemos a añorar la cuarentena y no haberla sabido apreciar un periodo de poder comer bien y a menor precio que en muchos restaurantes, poder terminar de trabajar y no pasar horas transportándonos de un sitio a otro, poder meditar, hacernos el desayuno, quedar con amigos (aunque fuera en Zoom), y tener días sin gente ruidosa alrededor.

La normalidad nos fue arrancada de las manos de un día a otro y así como cuando alguien se muere (o nos hacen creer eso), tendemos a montarle un altar sin pasar por la objetividad, podría sucedernos lo mismo con la añorada normalidad.

Más allá de todos los pensamientos filosóficos y demás cosas por el estilo, considero que la tan mencionada nueva normalidad no debería ser como esas promesas que hacen las personas cuando lo dejan con sus parejas de que son nuevas personas para regresar a ser una versión decepcionante de una persona evolucionada que ya entendió todo y que tuvo una epifanía superficial que dura lo mismo que decir la frase “está vez todo va a ser diferente, promise”.

Ojalá que la nueva normalidad se trate de objetividad sobre lo bueno y lo malo de la vieja normalidad, de entender qué es lo que realmente echamos de menos y porqué para no depender de determinados tipos de consumo o actividades específicas que hacíamos y podríamos volver a hacer de manera automática, y de entender qué es lo que genuinamente fuera y dentro del confinamiento nos hace sentir bien para poder tender un puente entre ambas perspectivas pero con la libertad de elegir si queremos disfrutar en casa o fuera de casa.

Ojalá seamos libres de decidir cómo seguir adelante, y no regresar con una manera de vivir que pareció haber muerto, haciéndonos pasar por un duro duelo y al revivir resulta no ser tan increíble como lucía en nuestros recuerdos.

¿Y sabes por qué es conveniente o dejar el pasado en el pasado y no tratar de revivirlo? Porque tal vez tú evolucionaste a partir de ello y ese recuerdo corresponde a una versión de ti que ya se quedó en otro momento y espacio. Al re-vivir lo pasado el recuerdo se deslava y entonces no queda más opción que seguir adelante pero sin el confort de los momentos de remembranza. A veces es mejor, en el supuesto de que te estuvieras aferrando a algo que nunca te hizo bien.

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Mónica De Salazar
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Written by Mónica De Salazar

Green MBA + #CreativeProblemSolving Consultant. Focused on Business Strategy for Digital, Social and Environmental transformation. Founder of @LifeStrategics.

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